Dení Lara

“Construir baños sin violencias es romper los silencios,
generar espacios cohabitables donde sea posible
desmontar la vigilancia de los cuerpos...”
Seguramente te ha pasado que tu vejiga está a punto de explotar, corres al sanitario y tienes que enfrentarte a un letrero de “cerrado” o una larga fila. En ese momento sabes que no queda más que esperar, morderte la punta de la lengua o buscar otro baño. No obstante, para otras personas, el primer y gran obstáculo a vencer en esta situación es ese letrero con un icono de una persona con pantalón o vestido.
Estos letreros, que son más bien guardianes del orden establecido, derivan del sistema sexo-género, que clasifica (desde lo binario) los cuerpos y les asigna determinados valores, creencias, actitudes y comportamientos. Ejemplos de lo anterior hay muchos, como el que a las mujeres se les asocie con las labores de cuidado y limpieza o que a los niños les den carritos y no muñecas.
En el caso de los baños, un acto tan simple como vaciar la vejiga se convierte en una operación reiterada de disciplinamiento de los cuerpos y organización de subjetividades (Alcántara, 2019:11). La cual se manifiesta hasta en el mobiliario: cubículos individuales (para mantener oculto el cuerpo femenino) con cambiadores para bebés en los sanitarios de mujeres y mingitorios sexistas en el de los hombres.

El baño, en pie de lucha
Para todas las personas que con su mera existencia transgreden el sistema sexo-género, ir al sanitario puede ser motivo de discriminación u otras manifestaciones de violencia. De acuerdo con la ENDOSIG 2018, al 51% de las personas con identidades de género no normativas les impidieron usar los baños públicos porque “no eran acordes” a su persona. Por ello, la discusión sobre espacios inclusivos y libres de discriminación puede iniciar desde este sitio tan particular.
En México se tienen registros de esfuerzos importantes en esta materia, como la creación de baños mixtos. Por ejemplo, en 2017, la Universidad Iberoamericana se convirtió en la primera institución educativa del país en contar con sanitarios incluyentes. Posteriormente, la FES Iztacala y la FES Aragón pusieron en marcha un proyecto similar.
Esta medida ha sido controversial, sobre todo, por el contexto de violencia de género (acoso, hostigamiento, abuso sexual y feminicidio) que se vive en el país. Puede que estemos lejos (o no) de tener baños mixtos en todos los espacios de convivencia, la reflexión sobre lo que podemos hacer para desmontar el sistema sexo-género es necesaria. ¿Qué otras estrategias tenemos para hacerle frente?
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