Por Olimpia Flores Ortiz
Columna publicada originalmente en SEM México
La fusión de la anarquía y el feminismo resulta en una postura anticapitalista y antipatriarcal y, por lo tanto, revolucionaria y emancipadora. Y es una consecuencia política de lo posible que deriva de la intersección del género, la clase, la raza y la sexualidad según concibe Chiara Bottici en su artículo Cuerpos en plural: hacia un manifiesto anarca-feminista.
El anarquismo, tradicionalmente, ha sido interpelación más que propuesta de un modelo nuevo de sociedad. Su vocación es la de cuestionarlo todo. Por eso es radical, porque devela las trampas del Estado.
Bottici, que este año ha publicado su libro “El Manifiesto Anarca-feminista”, despliega los ámbitos que se entrecruzan en la opresión de las mujeres bajo el Estado de esta fase del capitalismo:
“La muerte, porque las mujeres son víctimas de un genocidio mundial; el Estado, porque el Estado soberano es un instrumento del sexo soberano (el masculino); el capital, porque sus economías explotan más a unos sexos que a otros; y lo imaginal, porque el imaginario androcrático global produce y reproduce constantemente imágenes que son perjudiciales y opresoras para las mujeres y otros segundos sexos”.
El feminismo anarquista no puede ser pasado por alto; su perspectiva teórico-conceptual, tiene una mirada crítica y compleja de la sociedad, absolutamente necesaria para el Feminismo en su conjunto. Nos hace ver si no el horizonte, sí los límites del Estado actual además en crisis y de la colaboración con su aparato en pos de las leyes y las políticas públicas de igualdad; o con sus empresas en pos de condiciones laborales con perspectiva de derechos humanos. Pues no es que se tengan que subsanar deficiencias y aumentar los presupuestos o ampliar derechos del trabajo; sino que este Estado corresponde irremisiblemente a los fines del capital y su trama del control es el patriarcado heteronormado.
Consideremos que la división sexual del patriarcado entre el trabajo productivo y reproductivo es funcional a la organización empresarial. De suerte que los derechos laborales y los derechos soberanos de las mujeres sobre su vida y su cuerpo, así como los derechos de familia de las sexualidades minorizadas son procesos tan difíciles de hacer avanzar.
La política de reproducción de la especie tiene como fin producir capital humano y reproducir las condiciones para su explotación. Sólo se le reconoce valor al trabajo productivo, al trabajo reproductivo no, como si no aportara a la plusvalía del capital.
En esta misma línea, del no trabajo, de su negación, se equipara la explotación de los recursos naturales y la desposesión implacable de las comunidades originarias que las han poseído porque son territorios que apetece la voracidad neoextractivista, que se los apropia como algo dado y gratuito, y disponible para la colonización del capital. De ahí transitamos a los derechos culturales de las comunidades originarias y a la ecología como la casa de todos. Y llegamos también a la cuestión de la migración, cuerpos en busca de explotación a merced de las fuerzas oscuras del narcotráfico, la trata de personas con fines de explotación sexual o laboral, el tráfico humano, el de órganos, los esclavismos actualmente en boga.
Este Estado nunca dejará de ser capitalista y nunca dejará de ser patriarcal.
La complejidad de la opresión de las mujeres por el Estado capitalista, es decir su cuerpo interseccional, es por lo tanto de naturaleza plural; y como todo cuerpo humano es relacional, la democracia es necesaria. No nos pensamos sin vínculo, refiere Bottici respecto de la noción de “transindividualidad” de Baruch Spinoza que comprende a los procesos de individuación como una política de la relación: no podemos pensarnos sin vínculo. Pero entonces a la política la vamos a comprender como de la afectividad y sus efectos. Hoy es de la vigilancia y el castigo.
El capital se apropia del cuerpo de las mujeres y de los territorios. Procesos de desposesión, violencia pura. Se justifican sistémicamente la explotación capitalista y la violencia hacia las mujeres.
El anarquismo abjura de todas las jerarquías, asumiendo que éstas legitiman la dominación de unas personas sobre otras. Por ello estas posiciones anarcafeministas, proliferan en la región latinoamericana en confrontación total con un Estado al que nada le deben y que tienen claro que nada les promete. Y por eso su vandalismo y su violencia contra todo lo que representa al Estado.
Les asiste la razón cuando en México el Estado ha claudicado ante el poder violento del crimen organizado y desdeña toda responsabilidad para con las mujeres. Dice Boticci “aspirar a tomar el poder estatal o reclamar su reconocimiento… supone reproducir la misma androcracia global que actualmente nos oprime y nos explota”.
El anarquismo abjura de todas las jerarquías, asumiendo que éstas legitiman la dominación de unas personas sobre otras.
El anarquismo feminista se trata de interseccionalidades que se cruzan y en los cruces se lee la trama de la opresión que al evidenciarse se abre a nuevas posibilidades. Borda con la Teoría Queer, rescato este párrafo de Paul Preciado en su Introducción a un Apartamento en Urano.
“Me atrevería a decir que son los procesos de cruce los que mejor permiten entender la transición política global a la que nos enfrentamos. El cambio de sexo y la migración son las dos prácticas de cruce que, al poner en cuestión la arquitectura política y legal del colonialismo patriarcal, de la diferencia sexual y del Estado-nación, sitúan a un cuerpo humano vivo en los límites de la ciudadanía e incluso de lo que entendemos por humanidad.
Lo que caracteriza a ambos viajes, más allá del desplazamiento geográfico, lingüístico o corporal, es la transformación radical no solo del viajero, sino también de la comunidad humana que lo acoge o lo rechaza. El antiguo régimen (político, sexual, ecológico) criminaliza toda práctica de cruce. Pero allí donde el cruce es posible empieza a dibujarse el mapa de una nueva sociedad, con nuevas formas de producción y de reproducción de la vida.”
En la lógica de la tradición anarquista, el segundo sexo entendido como mujeres y sexualidades minorizadas, reemplaza al proletariado sujeto político de la contradicción fundamental con el capital.
Todo esto en cuanto al fondo. En cuanto a las maneras, que diga el respetable público incómodo ¿cómo hay que hacerse oír? ¿O se nos cobra a las mujeres el costo del lentísimo e incipiente y mediatizado proceso de empoderamiento?
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