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  • Foto del escritor@Gentopia_

El ostracismo de las mujeres del campo

Por Olimpia Flores Ortiz

Columna originalmente publicada en SEM México.

Por el 15 de octubre, Día Internacional de las Mujeres Rurales.


La normalización de la violencia hacia las mujeres del campo ha de combatirse desmontando la ideología religiosa del sometimiento.



El campo se ha movido durante las últimas tres décadas y, por ello, también la dinámica de las violencias que se ciernen sobre las mujeres. Salen más de sus casas a trabajar y con ello nuevas formas de opresión y de discriminación, las laborales y las racistas respectivamente. Pero también la conyugal, porque el varón que se siente desplazado de su función proveedora, va a sentirse degradado en su condición masculina lo que le lleva a la violencia incluso letal.


Los flujos migratorios y su vaivén marcan el ritmo de la vida de las mujer que permanece a la espera, -la que puede llegar a ser eterna; pero ella no podrá disponer de la tierra que trabaja y de la que jamás detentará la titularidad porque el hombre migrante podrá formar otra familia en el norte y abandonarla a su suerte, pero no renunciará a su patrimonio; y de ceder los derechos, en primera instancia estarán sus hijos varones. O volverá y reclamará.


Una de las violencias más poderosas es la que ejerce la comunidad sobre las mujeres cuyos hombres han emigrado. Mientras dure la ausencia del señor, la mujer quedará bajo la vigilancia directa de la familia política y la observación rectora de la comunidad; sobre todo en cuanto a su conducta sexual, en la que radica el honor del ausente.


O, cuando el hombre vuelve, no siempre después de haberse ocupado de la manutención de la familia que dejó a la espera, desplaza a la mujer del poder de decisión y vuelve adueñarse de todo: la tierra, el producto, aunque ella también participe en el trabajo productivo.


Sin embargo, esa ausencia de hombres en las comunidades y estos tiempos que llaman a empoderarse han propiciado mayor participación de las mujeres en las decisiones de la comunidad, ocupando incluso las posiciones de representación, por lo que la violencia política por razones de género se ha puesto a la orden del día.


La reacción paradójica y generalizada ante este avance es la presión social por retener a las mujeres en los roles de género tradicionales, por lo que la violencia política de la que sean víctimas, se la van a dirigir hacia sus vulnerabilidades como mujer: amenazar con hacer daño a su familia; o difamarla moralmente; cuando no agresiones directas e incluso el feminicidio político.


Es decir que la competencia política se va a cifrar en disminuirla por ser mujer hasta las últimas consecuencias. El chisme, esa plaga que se come a las comunidades, es un medio efectivo de campañas negras en contra de las mujeres en las comunidades del campo, ya sean mestizas, indígenas o afrodescendientes; y serán para colmo las mujeres de la comunidad las que más se ensañen.


Añadan la brecha digital que se ha potenciado al cuadrado y al cubo a partir de la pandemia

y el papel que juegan las tecnologías en todas las actividades humanas de la actualidad.


¿En ese mosaico de situaciones diferenciadas que es el ámbito rural mexicano, cuál es el común denominador por el que se resiste el campo al empoderamiento económico de las mujeres rurales?


Imagen: De Tonantzin a Guadalupe. México Desconocido.


Son sus creencias. Ahí está el ancla. Es decir, las tradiciones y costumbres que derivan de un pensamiento religioso y atávico que domina a todos las esferas de interacción de las comunidades. Hay una cultura de género hegemónica que fundamenta el constreñimiento de los roles de género y por la que se explica la violencia contra las mujeres como una práctica normalizada y generalizada.


Tomás de Aquino, doctor de la Iglesia Católica del siglo XIII, sostuvo que “En lo que se refiere a la naturaleza del individuo, la mujer es defectuosa y mal nacida”. Y cómo no, si en el Génesis irrumpimos como un defecto de Adán porque Eva fue creada de su costado y no de barro a imagen y semejanza de su Dios Creador.


Allí está el origen de la discriminación, de los roles y estereotipos de género y la división sexual del trabajo.

Expulsados del Paraíso por el Dios colérico e implacable, ante la osadía de Eva (vehículo del mal) de convidar a Adán a comer del fruto prohibido que no es otro que el del Conocimiento, al que, -según el Plan Divino- la humanidad no tiene derecho a acceder, conformándose nada más con practicar una fe incondicional y una obediencia plena, sucedáneos de la Verdad y el Poder de decisión.


Luego vendría la virtuosidad mariana, basada en el sacrificio y la abstinencia sexual con la que siempre se está en falta.


El proceso de las mujeres rurales en pos de empoderarse implica una conmoción subjetiva de los mecanismos que la sujetan, en un continuo desanudar y volver a desanudar, porque se involucran el cuerpo y el alma en todas sus circunstancias; y en ese camino tropiezan con las otras como espejo y la necesidad gregaria, camino accidentado pero esperanzador -o tal vez con la rivalidad que le sirve al sistema patriarcal y que no tiene destino.


Facebook: Olimpia Flores Mirabilia

Twitter: @euphrasina (amor por la elocuencia)


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