
Al igual que en la obra de René Magritte, Esto no es una pipa, vale cuestionarse ¿qué es un Zapata? Recitar su biografía no es suficiente porque nuestro interés no está en su memoria, sino en su legado. Buscamos los elementos esenciales del mito de Zapata, ese que refuerza las luchas sociales cuyo triunfo se ve lejano. ¡Zapata vive! ¡La lucha sigue!... ¡Zapata vive, vive! ¡La lucha sigue y sigue!

De acuerdo con el mito que encierra, Zapata representa la exigencia constante de los sectores invisibilizados, de aquellas personas a quienes ni tierra ni libertad se les ha concedido. Entonces, ¿por qué causó tanta sorpresa ver al héroe revolucionario desnudo y con zapatos femeninos? ¿no puede pensarse en este Zapata como estandarte de la lucha por el respeto e inclusión de la diversidad sexual?
¿La lucha social por una tierra con libertad de género no es una que apoyaría Zapata?
La incomodidad ante la transformación de la imagen del Caudillo del Sur, probablemente, radica en la aterrorizante idea de suponer que un Zapata, ya no es suficiente para encabezar las revoluciones de nuestro tiempo. Condicionar la imagen de Zapata a la figura del macho mexicano, fuerte, sanguinario, agresivo, solemne e imponente --la figura de la masculinidad hegemónica-- es volver obsoleto a nuestro prócer: en lugar de promover la revolución, quedaría atado al status quo. Si la lucha ya no sigue, ¿Zapata muere?
Por el contrario, Fabián Cháirez actualiza el mito de Zapata al pintar un cuerpo con zapatillas, cuya postura se asocia con la feminidad sexualmente objetivada. No infunde temor, seduce. Conduce la mirada al rasgo íntimo: el cuerpo desnudo, el pene erecto. Todo se pone de cabeza cuando el autor decide dejar los indicios del zapatismo: el bigote y el sombrero.

Ese contraste visual genera un vacío de significado: ¿cómo interpretar una imagen tan familiar, pero tan desconocida a la vez? Escandaliza su vulnerabilidad engañosa: está armada con los iconos de una nueva lucha, la revolución sexual. Esa historia se sigue gestando, aún no se ha contado ni ha pasado a la conmemoración. ¿Si la lucha sigue… es esto un Zapata?
La libertad del arte para representar el mundo no abarca sus interpretaciones. La pintura de Cháirez resulta polémica porque nos obliga a tomar partido. ¿Qué es más importante para ser Zapata: el apoyo a revoluciones emergentes o la frontalidad para desarrollar una lucha? ¿Qué preferiría Zapata: permanecer inmutable como el defensor de los campesinos entre nuestros héroes nacionales o entregarse a la lucha por la justicia, en todo tiempo y lugar?
Más allá de su calidad técnica, la pintura de Cháirez agregó a Zapata una nueva dimensión al incluirlo en una reflexión vigente: ¿cuál es el género de la revolución? Si después de la incomodidad inicial, aceptamos que la revolución puede ser masculina y femenina, entonces la obra de Cháirez es inequívocamente un Zapata. Si reconocemos que la anatomía ya no es destino, Zapata --como parte de la mitología nacional-- debería acompañarnos a esta nueva realidad. Y así, Zapata vive, porque la lucha sigue y sigue.
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