Por Jessica Reyes
La ciudad es un espacio político donde se organiza la vida colectiva, y se presentan las diversas identidades y culturas de las y los urbanistas
A través de la dicotomía masculinidad-feminidad de la ciudad, se reproducen las relaciones de género (Martínez V, 2005). Es a partir de ese esquema binario que se dictan las formas legítimas de apropiación e interacción con el espacio y también las normas que regularán los cuerpos en las urbes (Soto ViIlagran, 2007). Por ello es importante evidenciar que la ciudad y el espacio público no son sitios neutros, se han construido desde una mirada patriarcal que determina cómo debemos comportarnos.
En la actualidad, las ciudades siguen manteniendo una estructura patriarcal, en la que las mujeres son excluidas del espacio público y recluidas en lo privado (física y simbólicamente). A lo que hay que sumar la desigualdad relacionada con la edad, el estatus social o la etnia. Este esquema ha generado diversas asimetrías en la forma en que interactuamos hombres y mujeres.
La ciudad masculinizada subordina el cuerpo de las mujeres
Históricamente los hombres han contado con mayor libertad física y simbólica para “hacer ciudad”, incluso se les alienta para tomar parte de la vida pública. Mientras que las mujeres hemos crecido escuchando sobre los peligros de “estar en la calle”, lo que sin duda impacta en la forma en que nos apropiamos de la urbe.
A lo anterior, hay que sumar que los cuerpos de las mujeres se vuelven objetos del placer para los otros, es decir, cuerpos al servicio de los hombres. En la ciudad esto se puede observar en diferentes espacios públicos a través de publicidad que se coloca en espectaculares o anuncios, donde claramente el cuerpo de las mujeres de diferentes edades es hipersexualizado.
Otro ejemplo de las desigualdades en el espacio público es el acoso callejero, un tipo de violencia a la que las mujeres nos encontramos expuestas a lo largo de la vida.
El acoso callejero muestra cómo los hombres se sienten con el “derecho” de tocar o agredir los cuerpos de las mujeres cuando transitamos por las ciudades.
Si bien es cierto que en la actualidad de manera global las ciudades viven contextos de violencia que se han ido agravando, quienes llevamos la peor parte somos las mujeres. Aunque hombres y mujeres podamos percibir inseguridad en la ciudad; somos las mujeres quienes limitaremos o cambiaremos nuestros recorridos cotidianos, y probablemente vivamos con un sentimiento de vulnerabilidad constante (Buckingham, 2011).
El ejemplo más extremo de la violencia que podemos vivir las mujeres en las ciudades son los feminicidios, ya que un número importante de ellos suceden en el espacio público (Soto Villagrán, 2007). Vale la pena recordar que la Ciudad de México en el discurso oficial se pronuncia a favor de los derechos de las mujeres, pero se encuentra en los primeros lugares de muertes asociadas a feminicidios.
Ciudadanizar el espacio
Que las mujeres tomemos el espacio público para exigir al estado acciones para acabar la violencia feminicida es un ejemplo de que, a pesar de las normatividades, la ciudad se encuentra constantemente en procesos de resistencia y transformación. En este sentido, la ciudadanía desde una mirada feminista juega un papel fundamental en tanto que permite buscar relaciones más equitativas.
Por ello, las personas habitantes de las ciudades debemos buscar ejercer nuestros derechos, ya que es una forma en que se puede hacer contrapeso a las inequidades existentes. En ese sentido, se puede afirmar que la ciudad es un sitio donde el género se significa y resignifica. Por lo tanto, es posible transformar aquellas prácticas que van en contra de los derechos de las mujeres.
Aunque es cierto que existe un panóptico y dispositivos de poder que van a intentar regular las prácticas en el espacio público, existen experiencias que escapan de los dispositivos de poder y desafían las normas (De Certeau, 2010). Así la estructura estatal y las sociales son desafiadas por las prácticas transgresoras de las y los habitantes de las ciudades. Por ello se puede afirmar que en el espacio público existen desigualdades, pero también existen oportunidades que se vinculan con apropiarse de los espacios y ejercer la ciudadanía participativa (Delgado, 2007: 190).
Sin duda la ciudad y el espacio público se encuentran intrínsecamente relacionados con el género. Las inequidades y vulnerabilidades no cesarán hasta que entendamos que hablar desde la perspectiva de género permite que reflexionemos sobre las formas en que las culturas han implementado diversas formas de opresión sobre los cuerpos de las personas.
Referencias
Buckingham, Shelley (2011) “Análisis del derecho a la ciudad desde una perspectiva de género” en DFENSOR. Revista de derechos humanos, Núm. 4, pp. 6-11. Disponible en: https://www.corteidh.or.cr/tablas/r26773.pdf
De Certeau, Michel (2010). La invención de lo cotidiano. 1 artes de hacer. México, Universidad Iberoamericana- ITESO.
Delgado, Manuel (2007). Sociedades Movedizas. España, Anagrama.
Martinez V. Griselda. (2005) La representación de los géneros en la construcción de los espacios público y privado en Montesinos Rafael (editor) Masculinidades Emergentes, México, Porrúa- Universidad Autónoma Metropolitana.
Soto Villagrán, Paula (2007). “Ciudad, ciudadanía y género. Problemas y paradojas” en Territorios. Revista de Estudios Regionales y Urbanos, vol.16, pág. 29-46. Disponible en: https://revistas.urosario.edu.co/index.php/territorios/article/view/839
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